ENDEREZAR LAS NAVES

El fútbol son quince días, dice un dicho popular. En ese lapso de tiempo las realidades, o más específicamente las percepciones, pueden variar tanto como las producciones futbolísticas de un equipo. Otro concepto, ideado por Dante Panzeri, es “el fútbol es la dinámica de lo impensado”; algo impensado es merecer un resultado que termina siendo adverso en dos encuentros, y encontrarse con él recién el partido en el que menos se hizo por ello. Algo de esto es lo que le sucedió a Quilmes en la excursión a Bahía Blanca. ¿A alguien le importa? Por supuesto que no. La tonalidad de “final” que le imprimieron ambos equipos hacía que ineludiblemente tuviese el encuentro la condición de “partido cerrado”, y “mete gol gana”. El gol, justamente, tomó Ruta 3 a la altura de Navarro, pasó por Azul, el centro geográfico de la provincia, y desembarcó en la siempre ventosa y aburrida Bahía Blanca, para acomodar así las cuentas del Decano del fútbol argentino, y “enderezar las naves” hacia un sprint final que lo encuentra con la zanahoria mucho más cerca de lo que se veía hacía escasas tres semanas.

“Hoy hay que ganar como sea” habrían sido las palabras de Blas Armando Giunta en la previa del encuentro. Coincidencia con el concepto aparte, se imponía la necesidad de un resultado para plasmar en el casillero de unidades todo lo bueno (poco o mucho) que se fue construyendo en los dos enfrentamientos anteriores donde el resultado fue esquivo. La semana pasada nos preguntábamos, ante el inesperado empate contra la reserva de Vélez, “¿si no es éste cuál?”, y cerrábamos con la idea de que la visita al diezmado Olimpo era una instancia poco menos que ideal. El desarrollo del trámite fue duro y muy lejos estuvo de ser favorable o accesible al cervecero. Sin embargo existió una intención de hacerse del balón en el primer tiempo, y tomar las riendas del partido, más allá de la incapacidad para traducirlo en situaciones de riesgo. Se encontró con el gol tras una buena combinación colectiva y una excelente definición de Facundo “el gigante de Navarro” Diz, que tomó prestados movimientos de su etapa de basquetbolista para poner con el parietal izquierdo el balón llovido en el ángulo de Champagne. Ese momento, eterno, suspendido en el aire, cambiaría no sólo la semana de trabajo, sino la percepción de la distancia respecto del objetivo. ¿Por qué? Porque el fútbol son quince días y la dinámica de lo impensado.

Restando cuatro jornadas de este Torneo Inicial 2013, Quilmes se ve con dieciocho puntos, cuatro de los últimos seis obtenidos y la chance concreta de que ganando dos partidos, atesoraría veinticuatro unidades para cerrar un semestre del cual no tendríamos que estar hablando todo el tiempo en el próximo por lo que no se hizo o lo que faltó. La marca inicial en esto de “la lucha por la permanencia” (que en algún momento deberá lograr convertirla en “la constancia de la tranquilidad”) estaba trazada en los veinticinco puntos. Hoy, por este juego de las percepciones se puede ver mucho más al alcance de lo que se lo veía hace escasas tres semanas. Esto no es en detrimento del cuerpo técnico anterior: muy por el contrario, dentro de los contextos plausibles para tomar un equipo de las características del Cervecero a mitad de camino, el que le tocó a Giunta era más que favorable y tentador. Tomó una campaña que inclusive hasta obtuvo puntos por encima de su rendimiento, subiéndose a un auto andando, sí, pero a 20 km/h, con seguro y gente dispuesta a empujar. Poder ganar dos partidos en este fútbol argentino es mucho más simple escribir que de ver, claro, pero el sábado, en el ante último partido en el Centenario (luego quedará River) se impone la necesidad de sumar de a tres (dos veces seguidas por segunda vez en el campeonato) y quedar a tiro para “enderezar las naves” en el sprint final y cuidar aunque sea un poco las pilas de la calculadora en el 2014.

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